El potrero, la pista y el ring
Las patrias del deporte argentino
Eduardo P. Archetti
Fondo de Cultura Económica, Colección Popular 593,
Serie Breves, abril del 2001, 127pp.
Todo
autor tiene una instalación, una aceptación, que no
tiene por qué coincidir necesariamente con su ópera
prima. Y luego su consagración. Desde aquí,
entonces, no es para nada petulante afirmar que esto es lo que sucede con
este trabajo del antropólogo argentino radicado en Europa
desde fines de los ´60, paradojal y cortazarianamente sino el único,
uno de los muy escasos cientistas sociales argentinos que encaran la realidad
nacional recreándola, redescubriéndola y reordenándola
desde varias disciplinas sólidamente metódicas a la vez.
Ahora se trata de abordar nada menos que la noción de nacionalidad,
de tan etéreo, escurridizo y en nuestra caso tan equívoco
concepto, como es lo argentino, desde el mundo de los deportes.
Y nada menos que desde el fútbol, para empezar, como era
obvio, el turismo de carretera y el box, estos últimos
no tan obvios y estragados de lugar comunes y desinformación, tanto
o más que el primero.
Este texto fue originalmente concebido para formar parte, por primera vez, de la nueva versión argentina de nuestra historia oficial, a cargo de la Academia Nacional de Historia, donde se decidieron a desempolvar viejos arquetipos y lastres. Entre ellos, aceptar -¡por fin!- que lo deportivo no sólo forma parte indisoluble de la realidad, algo que parece tan obvio que resulta difícil de entender cómo pueden ser tan obtusos los intelectuales del stablishment, sino que es formador de cultura y que la argentina, como sostiene Janet Lever, no sólo es una cultura dominada por el deporte, sino que cada vez se vuelve más difìcil separar lo deportivo del resto en un país donde la política es la continuación del deporte por otros medios o éste es la continuación de la política con pantaloncitos cortos y ejercicios previos de calentamiento precompetitivo y elongación. Más datos sobre el trabajo de la socióloga norteamericana en torno al fútbol brasileño. Tamaña osadía fue obra y virtud del doctor Arturo Halperín Donghi, quien estuvo a punto de renunciar a semejante estrado secular. Ante semejante postura de máxima, el tradicionalismo de lo establecido y lo inamovible tuvo que recular. Allí fue donde el veterano académico recordó a aquel muchachito que por los bullentes, turbulentos y renovadores ´60 había dado un examen brillante y del cual, de tanto en tanto, leía trabajos cada vez más brillantes, en publicaciones europeas y en inglés, sobre el honor, el machismo y la virilidad en el tango y el fútbol argentinos. Los pares se reconocen por el olfato. Nunca tuvo dudas sobre quién debía el autor primero que empezara a poner las cosas en su lugar en el zarandeado e invisibilizador conocimiento de lo nacional. Su aparición ahora como obra aparte, independiente, como virtual avant premiere, hay que celebrarlo. Sin el menor atisbo de chovinismo, lo lamentable es que sea en una editorial mexicana, aunque se trate nada menos que del FCE, catapultada por lo mejor de la intelectualidad española republicada extraditada tras la Guerra Civil, que durante años dirigiera un argentino y a la que la cultura latinoamericana, sobre todo, tanto le debe. Pero la colateral referencia anterior a Julio Cortázar no es casual. En pleno boom de su precursora Rayuela, muy posiblemente la primer gran novela escrita y pensada en argentino, un hiperTXT que se adelantó visionariamente un cuarto de siglo a la multimedia por la carencia de la tecnología adecuada, le preguntaron al autor de Cronopios y Famas si para escribir sobre su país no era un estorbo estar radicado en París y haberse nacionalizado francés. El nacido en Bruselas y profesor de literatura en un ignoto y perdido colegio secundario de Chivilcoy, que emigró hastiado por la chatura cultural -luego la llamaría despectivamente La Kulturita- y la humedá ambiental, como documentó para la eternidad el impagable Horacio Olivera, respondió muy calmo que pensar de esa forma era como ponerse la escarapela en el piyama de la literatura. La sorpresiva, chispeante, inusual, siempre innovadora obra de Archetti puede llevar a cuestionamientos aún más lejanos y, por qué no, más inquietantes: si para pensar mínimente al país justamente no es necesario estar lejos, distante (¿brechtianamente, digamos?), un poquitín ajeno, exento del resentimiento social de los motorizados que los días de lluvia aceleran sobre los charcos para embarrar a la plebe peatona, algo inmunizado frente a la incontenible y constante guerre de boutique que ya descubriera y satirizara hasta el escarnio Lisandro de la Torre y que ahora se ha convertido en otro deporte virtual argentino, envuelta bajo la nomenclatura más autóctona de La Interna o La Internita, una geopolítica de baldosa que borra al futuro como alternativa inmediata y probable. Un anterior trabajo de Archetti, liminar, debió aparecer en inglés luego de sufrir sucesivos y frustrantes rechazos editoriales en su propio país bajo el entusiasta y marketinero mote de aburrido. Ampliar estos datos. Lo lamentable es que en el fondo esos señores puedan tener razón. La creciente adicción nacional por la cropafagia, por el conocimiento acabado y minuicioso de lo asqueroso y la inmovilidad, porque qué vachaché (¡otra vez Cortázar!) es lo que se ha vuelto otro deporte cultural, literario, y este antropólogo santiagueño persiste en la mala costumbre de desmantelar, poner al descubierto minuciosamente nuestros orígenes, de manera ordenada, inteligente y civilizadora, algo hace tiempo más que intolerable para la grosera mayoría. AR
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