Emilio J. Corbière
La masonería II. Tradición y revolución
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 351pp., febrero del 2001
En este esperado y anunciado segundo tomo sobre un tema que despierta
todo tipo de curiosidades, inquietudes y rechazos varios, desde la contratapa
se anuncia, por fin, la elucidación del papel jugado por la Gran
Hermandad en la introducción y difusión del fútbol
en el Río de la Plata (sic), lo que habría estado
a cargo de la logia escocesa (sic). Adentro de un trabajo
que vuelve a demostrar en su totalidad, la erudición y conocimiento
del autor sobre la sociedad secreta más vieja y de mayor difusión
en el mundo, sin embargo apenas le dedica apenas tres escasas páginas,
casi al final, un poco con un tono que suena a apuro, al cruce fútbol/masonería,
pero no en el Río de la Plata, sino apenas en Buenos Aires,
y con una recopilación de datos que no guardan el mismo celo, enjundia,
nivel y elaboración que los del resto del volumen.
De la honestidad y capacidad intelectual del autor no se pueden ni
siquiera intentar decir ni pío, pero justamente por tratarse de
un intelectual de este fuste y que se entromete a pecho descubierto en
terrenos donde no precisamente hay rosas, sino más bien espinas,
se debe aclarar que vuelve a quedar seriamente en deuda y que paga quizá
un excesivo precio por su origen social como ciudadano, totalmente cercano
a las bibliotecas de gruesos libracos encuadernados y totalmente distante
de las tribunas bullangueras, una antípoda que aún hoy muchos
insisten en que permanezca tal cual. Por suerte, no es este el caso, y
si bien Corbière puede mostrar alguna falencia en este sentido,
en materia de prejuicios hace rato que los tiró de lado e intenta
abordar con lo que tiene y como puede para superar tanto este bache como
quizá muchos otros.
La madre y la patria no se eligen; nos eligen a nosotros, y ya en el
primer volumen, a las apuradas, con fórcep, alcanzó a meter
una baza de la relación existente enfre fútbol y masonería.
Había ocurrido que quien estaba a cargo en ese momento del Grupo
de Investigaciones Especiales de la sección Deportes del
matutino Perfil, de exigua vida, quien por otro lado fue
en la Argentina -y en una de esas también más allá
de la Argentina-, el primero que metió el dedo en el ventilador
con respecto a este tabú (ver),
había encargado no sólo y no tanto a un joven cronista,
como se lo denomina en este trabajo, sino a un flamante egresado en periodismo
de la Universidad Católica de Córdoba, oriundo de
Santa Fe, emparentado con un famoso jugador de fútbol de
primera división, que justamente fuera por primera vez a tocarle
oficialmente el timbre a la Hermandad y ver si querían hablar.
Más que tiempo no se iba a perder, nadie había logrado nada
y para debutar en la profesión, hacerlo con algo gordo por
un lado, que lo llenaría de orgullo y prestigio si lograba algo,
por poco que fuera, era más que auspicio, y por otro, si llegaba
a fracasar en el sentido de no obtener absolutamente nada, no podía
computárselo como algo atinente a lo personal, a la falta de capacidad
o talento, porque era un tema en el que nadie, nunca, había
conseguido nada, salvo la expresa mención en el trabajo que se cita
y que era producto de rastreo en bibliotecas y publicaciones.
Se trataba, obviamente, del ahora mencionado Ignacio García,
que logró no sólo que le abrieran las puertas, sino meticulosamente
acumular, ordenar y desplegar una serie de datos inéditos, ya válidos
de por sí, pero mucho más válidos para aquellos que
con un background cultural sobre el tema podían reprocesarlos
de otra forma (ver).
Más que seguro abrumado por la cantidad de información
y la arboladura histórica, política, social y cultural tiene
un tema como la masonería, nuevamente a Corbière en
la trama de la relación con el fútbol le queda una pierna
del pantalón sin poner, y deja de lado hechos de fundamental importancia
como la fundación misma del fútbol, en Londres,
en la Francmason Tavern, Queen St. 11, de donde
los católicos anglicanos se van a ir en masa rumiando bronca
con la guinda del rugby a otra parte, llevándose consigo todo su
mundo tan elitista de conservadores y feudalistas que este otro deporte
sabe mantener en todas partes del mundo.
Foto actual
del abogado, político, escritor e historiador socialista
Emilio
J. Corbière, autor, entre otros trabajos, de los dos
volúmenes
sobre la historia de la masonería a nivel
mundial
y en nuestro país.
Por otro lado, demasiadas exigencias a un intelectual que no tuvo
una formación futbolera, de cuna, en el estricto sentido del término,
es bordear la injusticia y la gratuidad. Por acopiar datos recoge una letra
rockera de Pipo Cipolatti y sin querer embarca a Boca Juniors en
un rol protagónico y de vanguardia en la materia que no tiene ni
por las tapas. Por conocimiento directo, nombra a un marcador de punta
xeneixe, a un tal Wilson, y otra vez la Boca, cuando si hay
un club que justamente no tuvo nada que ver con la Hermandad, sino
justamente estar desde la primera hora en la vereda de enfrente,
con el caldo de cultivo de la marranería genovesa, lo cual
formaría parte del antagonismo esencial con los primos
riverplatenses, todos éstos sí surgidos de la Logia,
y con un origen e inserción social muy diferente,
porque del fútbol pasarán a formar parte de la clase dirigente
de entonces, dispersa la atención y puede llevar a confusiones.
En el apuro de estas escasas tres páginas, en medio de mucho más
de 300, otro tanto hace, siempre sin moverse del barrio, al rescatar casi
al paso que esto se podía deber a la legión de masones de
origen itálico que puluaban por allí y otras particularidades
folclóricas del barrio, embuchándose de manera lamentable
para un trabajo tan prolijo y meticuloso, que fue de ahí justamente
va a salir el primer diputado socialista de América, Alfredo
Lorenzo Palacios, masón hasta la médula,
cuyo retrato de entonces, guardado en el museo respectivo, orla justamente
la contratapa de este segundo volumen...
El apuro o la falta de documentación también lo llevan
a tocar otra vez con la levedad de una pluma paso a Homero Manzi,
uno de los poetas insuperables del tango, masón en su origen y libretista
de cine, entre otros filmes, de Escuela de campeones, nada menos,
donde se pretende dejar constancia de la supuesta y verdadera historia
de Alejandro Watson Hutton y el club Alumni de los hermanos
Brown, todos masones, pero donde junto con el otro guionista, Ernesto
Escobar Bavio, uno de los primeros relatores futboleros por radio
e historiador de este deporte, hombre de La Nación de Bartolomé
Mitre toda la vida, tuvieron a bien colaborar con el abulonamiento
del tabú, la invisibilización y el ocultamiento
deliberado de cualquier atisbo o rastro que rumbeara para el lado de las
logias para dejar en las sombras de las pantallas otros personajes chirles,
inexistentes, bondadosos, sonrientes, incomprendidos al principio no se
sabe por qué e idolatras al llegar al final también sin saberse
por qué, en suma, agregando una cuenta más a esos flagelos
que han signado al cine nacional. Dejando de lado que la película
es lamentable hasta como documento porque frecuenta con verdadera pasión
todos los lugares comunes que hicieron de esa época del cine, en
pleno primer peronismo, un bochornoso recuerdo de todo lo que no se debe
hacer si se intenta hacer arte o por lo menos ser testimonial, del citado
trabajo de García deja de lado, agregando otro involuntario
déficit, hallazgos como las cartas del pedagogo escocés donde
de puño y letra deja sentado que su función no era enseñar
en el Belgrano High School, creado por el archinacionalista Don
Juan Manuel, el Restaurador de las Leyes, para ilustrar
con exclusividad, en cuidado apartheid, a la oligarquía de
las islas británicas y a la vernácula, sino para difundir
al fútbol, orden y misión que no podían tener
otro origen que la hermandad. Hay también otros datos en poder del
propio autor de estos volúmenes como la indudable militancia masónica
del doctor Leopoldo Bard, fundador, primer presidente y capitán
del primer equipo de River Plate, presidente de la Cámara
de Diputados y delfín del masón Hipólito Yrigoyen
para sucederlo en el sillón de Rivadavia y enfrentar a la
corriente reaccionaria y derechista del proligarca Marcelo Torcuato
de Alvear.
Sin duda, ante la inmensidad y novedad de semejante temas, esto se
erige cuentas pendientes que le quedan para un tomo III donde vaya
completando quizá, en una de esas, otras tantas perlas, olvidos
u omisiones, más en una obra que a todas luces, dada la vastedad,
sigue siendo necesaria y que por fin rompió con décadas de
oscurantismo.
Algunas otras trampitas, siempre en lo referente al fútbol,
le jugaron al esforzado Corbière tanto la casualidad como
los tiempos, porque si bien alcanzó a meter lo de la Logia
Liberi Pensatori, siempre en la Boca, con
sede en Almirante Brown al 600, volviendo a desviar la atención
hacia quienes se han quedado con el monopolio del origen y la pertenencia,
este tomo que comentamos ya estaba impreso y a punto de ser distribuído,
como nos comentó el propio autor tomándose la cabeza y riéndose,
porque no se puede hacer otra cosa si no hubo más remedio, cuando
le cayó en sus manos el documento que allí, entre los fundadores
de esa logia, que alcanzó a tener gran desarrollo, estaba Tomás
Liberti, y en el documento lo dan como ¡fundador de River
Plate! Si bien falta constatarlo con seguridad, se trata del padre
de Antonio Vespucio Liberti, el paladín de la dichosa mudanza
a la Recoleta y después de la erección del Monumental,
así como del mote de millonarios por haber pagado
un millón de los de entonces por El Cañonero Bernabé
Ferreyra, sin contar que él en persona, en Libertador y Tagle,
se encargaba de distribuir, previo al partido, las lujosas casacas
hechas una por una, por modistas, en seda, un rasgo fashion
que se lleva bastante a las patadas con los dichosos populistas, pero que
pone un broche más que -como no podía ser de otra manera-
la llamada tradicional rivalidad tenía que tener orígenes
socioculturales, políticos, religiosos y de otra índole muy
arraigados, muy hondos, conniventes con la condición humana misma,
y no la chirle ramplonería barrial, conventillera, que se ha venido
difundiendo hasta ahora y que se sigue haciendo con total desparpajo e
impunidad, a tono con el nivel intelectual del ya mencionado cine argentino,
invisibilizador, un compenente más de la negación de
la realidad, quizá el deporte más difundido
en la historia nacional.
Este dato es fundamental porque si por un lado, de manera harto
sugestiva, había desaparecido todo rastro documental de la pertenencia
a las logias de los fundadores de River Plate, aunque se contara
con testimonios que fue una orden del mismísimo Watson
Hutton a su secretario Fernández para que en las barritas
de la Boca, donde había prendido fuerte el fútbol
ya a principios de siglo, y a una de las cuales él mismo pertenecía,
se fundara (a) un club y (b) que éste tuviera nombre
inglés, la aparición de este Liberti, esa dirección
en el corazón donde paraba la burguesía de barriada
y la versión de que la primer sede del club se utilizaba
temprano para estas cuestiones institucionales de corte netamente deportivo
y, luego, para tratar los asuntos de la Hermandad, como rituales
y otras yerbas, ahora comienzan a cerrar y van mucho más allá
que el hallazgo de un dato de por sí importante, sino que empiezan
a abonar el background cultural del antagonismo por
excelencia del fútbol argentino, una rivalidad que de un barrio
que era tomado por todos, propios y ajenos, como una ciudad aparte,
como una ciudad dentro de la ciudad, como hay constancia en documentos,
no va a tardar en copar a toda Buenos Aires efectivamente, partiéndola
en irreconciliables embanderamientos futboleros, para después nacionalizarse
y ser un enfrentamiento que no sólo se pone a la par, sino
que en muchos aspectos supera en características, alcances y orígenes
a otros de orden religioso como, por ejemplo, el Ranger-Celtic
de Glasgow, en Escocia, madre patria de los masones que trajeron
el fútbol a la Argentina y que además importaron su estilo
elegante, habilidoso, chispeante, de jugarlo. Sin contar con que desde
la aparición de las muertes remotas o virtuales, con
la globalización televisiva del fútbol operada a partir
de México 86, llega a tal punto que la emisión por
cable a todo el país no sólo lo convierte a éste,
de sur a norte, de este a oeste, en un gigantesco estadio, sino
que a su fin la cantidad de enfrentamientos, desmanes y hasta víctimas
fatales supera en mucho a lo que sucede en el escenario real. Una
punta, una rampa de lanzamiento para la explicación de este fenómeno,
se encuentra en un excelente trabajo realizado desde la antropología
social y la lingüística (ver).
Pero este segundo tomo del abogado, político, escritor e historiador
socialista no tenía un objetivo deportivo. El consumismo y el ditirambo,
para variar, les hizo poner a los editores en contratapa algo que no figura
en el contenido, y no es el único caso, sino uno más -y no
el más importante- en los tiempos que vivimos.
Este lado oscuro, tabú, en la historia del fútbol en
todo el mundo, incluídas las islas británicas, ha comenzado
a alumbrarse, a descorrerse el velo, que es lo más importante, por
encima de circunstanciales tropezones, olvidos, omisiones y otros traspiés
contra los cuales nadie puede estar vacuna. AR