SIMPLEMENTE
ULISES
El martes 11 de abril de 1967
fue enterrado Héctor Souto, (a) Tito,
reventado el domingo anterior en la cancha
de Huracán, al que instalaron para siempre
como El Chico de la Sombrilla aunque no
llevaba nada en las manos, pero preanunciando el Y,
algo habrá hecho..., en el único asesinato
ritual en la historia de la violencia futbolera
argentina, y que de movida se convirtió en un caso
emblemático, en un divisor de aguas que no ha
dejado de marcar la medida a todo lo que sucederá después.
Aquella jornada amaneció nublada,
inestable, como queriendo equiparar el exabrupto veraniego
del último fin de semana. En una página
interior, no muy destacada, El Mundo
publicaba una Carta abierta a Valentín Suárez, en
diez años por segunda vez interventor de la AFA,
lo mismo con Perón que con la dictadura militar
de turno, titulada Cuando el hombre es lobo del hombre.
No falta mucho para que este TXT cumpla medio
siglo. Si por lo común los derroches de tinta que
amargamente augurará el cura a la hora de la despedida
final en el cementerio efectivamente son para el olvido,
para una vigencia de minutos, de horas, este otro tiene la
misma fijeza de las lápidas. El destinatario,
por un lado, y la estremecedora vaciedad anunciada
por otra, sin contar con la salida al cruce, la pierna
bien alta y los tapones de punta con algo que estaba tan
fresquito, como la payasada histórica elevada la
categoría de gesta nacional perpetrada por el
capitán de la selección argentina en el Mundial ´66,
y el divorcio ya existente entre una clase dirigente
preocupada sólo de mirarse el ombligo y las legiones ya
acéfalas, desorientadas, arrojadas a su suerte. sin
rumbo, girando en redondo, marcan que en la Argentina
muchas cosas no han pasado, no terminan de pasar, y
que hay varios discos rayados cuando la
microelectrónica lo ha invadido todo. La siempre vigente
tiranía del espacio, una economía mínima para la fatiga
del usuario, llevó de alguna manera a sintetizar una
misiva que de por sí no era muy extensa. Además, con lo
rescatado alcanza y sobra. Aquí está. Los ojitos bien
atentos a cada palabra porque ya han pasado casi 45 años.
Esto se puso negro sobre blanco en aquel entonces,
aunque ahora se haya preferido invertir esa relación
nada más que por una cuestión gráfica:
ESTA
ES LA CARTA
Los
adjetivos han perdido su valor. Suenan a
huecos lugares comunes. Ya se habló del
vandalismo, de patotas criminales, de pequeñas
bandas identificadas y toleradas. Y se
buscaron también los chivos emisarios de
siempre. Hasta se encuentra la insólita
explicación de la avalancha. Más aún: el
gran público aparece como rescatado, con su
conciencia a salvo, impoluta, igual que los
dirigentes. Pero usted sabe, señor Valentín
Suárez, que la verdad no puede
ocultarse con subterfugios. Que siempre serán
inatendibles a pesar del envase
aparentemente seguro con que se presenten.
Esta mañana EL MUNDO lo
consultó a usted, telefónicamente. ¿Recuerda
la respuesta? "No estuve en el
partido", dijo; "y
además, soy interventor de la AFA. Si
desean información, remitan sus inquietudes
al ámbito policial".
(...)
Usted sabe que esas patotas son la cúspide
de una pirámide social en cuyas bases
subsiste una escala de valores que se ha
distorsionado. Usted sabe que estas cosas
ocurren porque se ha enseñado a las gentes
que el deporte no es un medio sino un fin.
(...)
No es tarea suya investigar, situar a los
delincuentes. Pero si
dirigir es servir, tiene usted sobre sus
espaldas una tremenda responsabilidad.
(...)
Esa responsabilidad grave también
corresponde a ciertos periodistas que
blanden su lengua o su pluma en un
recipiente de miel y lanzan golpes a la
bolea, queriendo convertir a lo que no
debiera ser sino juego de competencia en
algo dramático. Estos también galopan
enancados en la urgencia del
dirigente contemporáneo quien, en pos del
gol, deja sus pisadas estampadas en los
despojos que van quedando por el camino.
(...)
Vivimos de falsos mitos y de miedo. Si somos
sinceros, Londres puede refrescarnos
la mente. Las
idolatrías fraudulentas con que se
alimentan las masas les son servidas
aviesamente en forma constante. La magia de
nuevas fórmulas para el triunfo, de extrañas
terminologías y hasta de los números con
que se ha suplantado al talento creador, nos
hablan de un disloque cuya prolongación es
ésta, la destrucción de lo único que rara
vez se tiene en cuenta: el valor humano.
(...)
No habrá silencio, señor Valentín Suárez.
Seguirá la algarabía. Esta noche, otras
patotas celebrarán un triunfo. Pero ese
silencio nos está invadiendo. La vaciedad
es el objetivo de los grandes objetivos
buscados.
(...)
Esperaba que esa víctima sirviera, ante lo
irreparable, de punto de partida para una
reconsideración total de la equívoca
escala de valores que nos está
desbarrancando. Soy apenas un testigo.
Repito que aterrado, lacerado
espiritualmente hasta las lágrimas. Y me
veo transitando por una avenida crepuscular
en la que los comunicados y las coronas de
flores parecen cosas irrisorias. Hubiera
esperado, siquiera esta vez, que los
dirigentes sirvan. Y que usted, que es
interventor, se hubiese reservado el derecho
de intervenir.
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Con el tiempo, el firmante de la misiva
pública, Ulises Barrera, y Roberto Perfumo,
se recibieron de psicólogos sociales en el
instituto que fundara Enrique Pichon Riviere, uno
de los pocos, escasos científicos sociales, sinceramente
preocupado por las implicancias del fútbol, no justamente
si para jugar con tres o cuatro volantes, un hombre de
punta y un media puntada. Ninguno de los dos hace uso del
título terciario y responden a la consideración que les
tiene por sus respectivas trayectorias. En cuanto al
destinatario de la impecable e implacable misiva -un TXT
que se agiganta con el tiempo-, ya fallecido, en vida
ejerció como psicólogo laboral sin título
habilitante y reincidió como alto funcionario del
Ministerio del Trabajo durante el célebre Proceso
de Reorganización Nacional. Junto al coronel Prémoli,
que por entonces gozaba de las simpatías sentimentales de
la señora, tuvo el privilegio de inaugurar la categoría
de dirigientes profesionales al encabezar la
aventura que Loma Negra de Olavarría intentó
trepando por Regionales hasta la mismísima primera
división, merced a la fortuna de Amalia Lacroze de
Fortabat, después nombrada ministra itinerante
durante el menemato. Sus días terminaron
ascendiendo al club Banfield a la primera división,
otra vez peronista, el preferido del doctor Eduardo
Duhalde, por entonces gobernador y que cuando jugaba
de local concurría al estadio en un helicóptero que
aterrizaba en la mitad de la cancha. El mencionado
dirigente polirrubro, luego de haber sido a comienzos de
los '60 uno de los pioneros de la economía de mercado
en la transformación perversa de los clubes de
instituciones jurídicas sin fines de lucro en encubiertas
sociedades anónimas, por fin ésta había llegado a
la macrosociedad y en lo político, de haberse
gestado en aquel movimiento que combatía al capital
mientras en lo futbolístico se defendía a ultranza el
incoparablemente superior estilo argentino que
justamente había inaugurado La Academia
racinguista por los años ´10, después del desastre de Suecia
se había rejuntado todo en una mélange muy al
tono de esta banda del río más ancho del mundo que nunca
fue río. Por la época en que sucede el asesinato del Chico
de la Sombrilla que nunca tuvo nada en las manos, Valentín
Suárez venía de estar al frente de la delegación
argentina durante la farsa de Antonio Ubaldo Rattín,
(a) El Rata, actual diputado nacional por el
partido del ex subcomisario Luis Patti, intendente
de Escobar y candidato a gobernador bonaerense, el
último fusilador del Proceso, en el tristemente
famoso partido del Mundial '66 a que alude de
manera cruda Barrera en su carta, agregándose así
a Dante Panzeri y ser solamente dos los periodistas
que tiraron esa triste careta abajo. A Suárez, con
semejante foja de servicios, no se le puede negar su
capacidad de mando y el hombre que hubo transformado en
pocos meses de tal modo el fútbol, como lo había hecho
ni lo ha vuelto a hacer nadie, dividiendo campeonatos según
las regiones militares del país en que lo había
parcializado el onganiato e incorporando equipos
del interior para terminar de succionarle a esas plazas
unos ingresos que las tradicionales ya no daban, así como
la Copa Libertadores y la televisión, con un
partido adelantado en directo los viernes a la noche, de
modo tal que había fútbol cinco de los siete días de la
semana. Nada, claro, si se compara ahora con la
globalización electrónica, los codificados y la multiplicación
cariocinética del fútbol en todas sus versiones para
arrinconar aunque sea a una parte de la ciudadanía
en toda la comodidad de sus livings.
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