Ahora que ha llegado a su fin la breve visita del equipo de fútbol
moscovita del Dínamo, que estuvo durante el otoño de 1945
jugando contra equipos ingleses de primera divisiòn, es posible
decir públicamente lo que muchas personas juiciosas han estado
diciendo en privado antes de que este Dínamo Ilegara. Es
decir, que el deporte es una causa infalible de mala voluntad, y
que si semejante visita llegó a tener algún efecto sobre las
relaciones anglo-soviéticas, pudo ser sólo para empeorarlas.
Hasta los periódicos han sido incapaces de ocultar el hecho de
que por lo menos dos de los cuatro partidos jugados terminaron en
resentimiento. En el partido contra el Arsenal, según me
dijo alguien que estuvo presente, un jugador inglés y uno ruso se
fueron a las manos y la multitud silbó al árbitro. En Glasgow,
me informó otro, hubo juego libre desde el comienzo.
Y luego hubo la controversia, típica de nuestra era
nacionalista, acerca de la composición del equipo del Arsenal.
¿Fue en realidad un equipo puramente inglés como sostuvieron los
rusos, o simplemente mixto, como sostuvieron los ingleses? Y
terminó el Dínamo abruptamente su gira, con el objeto de
evitar enfrentarse con otros equipos ingleses. Por lo general,
cada uno responde a estas preguntas de acuerdo a sus
predilecciones políticas. No hay duda de que la controversia
continuará repercutiendo durante años en las notas al pie de las
páginas de los libros de historia.
Mientras tanto, el resultado de la gira del Dínamo, si
es que hubo algún resultado, habrá sido el de crear una nueva
animosidad en ambos lados.
¿Y cómo podría ser de otro modo? Siempre me sorprendo cuando
oigo decir a la gente que el deporte crea buena voluntad entre las
naciones y que si sólo las personas corrientes del mundo se
pudiesen encontrar en el fútbol o el cricket, no
tendrían inclinación a encontrarse en el campo de batalla.
Aun cuando uno no supiese mediante ejemplos concretos, como ser
los Juegos Olímpicos de 1936, que las competencias
deportivas internacionales conducen a orgías de odio, podría
deducirlo de principios generales.
Casi todos los deportes que se practican hoy en día son de
competencia, se juega para ganar, y el juego tiene poco
significado a menos que se haga todo lo posible por ganar. En el
prado del pueblo, donde se juegan partidos y no hay implicado ningún
sentimiento de patriotismo local, es posible jugar simplemente por
distracción y ejercicio, pero tan pronto como surge la cuestión
del prestigio, tan pronto como se siente que uno y una unidad más
grande se verán deshonrados si uno pierde, se despiertan los más
salvajes instintos combativos. Cualquiera que haya jugado, aunque
fuera en un equipo de fútbol escolar, sabe esto. En el nivel
internacional, el deporte es francamente una lucha mímica. Pero
lo significativo no es la conducta de los jugadores sino la
actitud de los espectadores y, detrás de los espectadores, de las
naciones, que se convierten en furias y creen seriamente, por lo
menos durante cortos períodos, que correr, saltar y patear una
pelota son pruebas de virtud nacional.
Hasta un juego pausado como el cricket, que exige gracia
antes que fuerza, puede provocar mucha mala voluntad, como vamos
en la controversia acerca del body-line bowling y de las
bruscas tácticas del equipo australiano que visitó Inglaterra
en 1921. El fútbol, juego en que todos se lastiman y donde
cada nación tiene su propio estilo para jugar, que parece desleal
a los extraños, es mucho peor. Lo peor de todo es el boxeo.
Uno de los espectáculos más horribles del mundo, es una lucha
entre boxeadores blancos y de color frente a una
concurrencia mixta.
Pero el público del box siempre es repugnante, y la
conducta de las mujeres en particular es tal, que la Armada,
según creo, no les permite presenciar sus competencias. De todos
modos, hace dos o tres años, cuando las Home Guards y las
tropas regulares estaban llevando a cabo un campeonato de box,
me pusieron de guardia en la entrada con la orden expresa de no
dejar entrar mujeres.
En Inglaterra la obsesión del deporte ya es
bastante dañina, pero pasiones más feroces se despiertan en países
jóvenes, donde tanto la práctica de juegos como el nacionalismo
son evoluciones recientes. En países como la India o Birmania
son necesarios fuertes cordones policiales en los partidos de fútbol
para impedir que la multitud invada la cancha. En Birmania
he visto a los partidarios de un equipo romper el cordón policial
e imposibilitar la acción al arquero del equipo contrario en un
momento crítico. E1 partido de fútbol que se disputó en España
unos quince años atrás llevó a un incontrolable tumulto.
Tan pronto como se despiertan fuertes sentimientos de rivalidad,
siempre se desvanece la noción de jugar de acuerdo a las reglas.
La gente quiere ver un equipo en la cumbre y al otro humillado, y
se olvida de que la victoria obtenida con trampa o mediante la
intervención de la muchedumbre carece de significado.
Aun cuando los espectadores no intervengan físicamente, tratan
de influir en el juego vitoreando a su equipo favorito y
bombardeando a los jugadores contrarios con silbidos e insultos.
El deporte serio no tiene nada que ver con el juego limpio. Se
halla ligado al odio, los celos, la jactancia, el desconocimiento
de todas las reglas y un sádico placer en ser testigo de la
violencia ; en otras palabras : es la guerra, menos las bombas. En
lugar de parlotear acerca de la limpia y sana rivalidad del campo
de batalla y la gran parte desempeñada en los Juegos Olímpicos
para unir a las naciones, sería más útil averiguar cómo
y por qué surgió este culto moderno del deporte. La
mayoría de los juegos que practicamos actualmente son de origen
antiguo, pero el deporte no parece haber sido tomado muy en serio
entre los tiempos romanos y el siglo XIXX. Hasta en las escuelas públicas
inglesas el culto de los deportes no comenzó hasta la última
parte del siglo pasado.
El doctor Arnold, considerado generalmente como el
fundador de la escuela pública moderna, veía en los deportes
simplemente una pérdida de tiempo.
Después, principalmente en Inglaterra y Estados
Unidos, los deportes fueron convertidos en una fuerte actividad
financiera, capaz de atraer vastas multitudes y despertar
salvajes pasiones, y la infección se extendió de país en país.
Los deportes más violentamente combativos son el fútbol y el boxeo,
los que se han extendido más. No puede haber mucha duda de que
todo el asunto está relacionado con el surgimiento del
nacionalismo, es decir, con el loco hábito moderno de
identificarse con unidades de gran poder y de ver todo el aspecto
del prestigio del competidor. También los juegos organizados son
más fáciles de florecer en comunidades urbanas donde el ser
humano corriente lleva una vida sedentaria y no tiene mucha
oportunidad para la labor creadora.
En una comunidad rural un muchacho o un hombre joven dan salida
a buena parte de su energía sobrante caminando, nadando, jugando
con pelotas de nieve, trepándose a los árboles, yendo a caballo
y mediante varios deportes que involucran crueldad para los
animales, tales como la pesca, las peleas de gallos y ferreting
for rats. En una gran ciudad, uno tiene que entregarse a
las actividades en grupo si quiere dar salida a la fuerza física
o los impulsos sádicos.